Angel Pascual-Rodrigo
 
pasiones
PASIONES NO BIEN VISTAS
Angel Pascual Rodrigo. 1996  - Oleo y acrílico / tela. 98 x 98 cm
  
 

EL ARTE DE ANGEL PASCUAL RODRIGO
 

Angel Crespo

Barcelona 1995


 

EL ARTE DE ANGEL PASCUAL RODRIGO toma simultáneamente a la realidad, a la presente y a la recordada, como contexto y como pretexto de una expresión eminentemente poética en la que los signos se transforman en símbolos de varia y estimulante lectura. Como contexto, porque los simulacros o arreglos de la realidad se organizan en él --y por eso son pretexto-- de manera que sintamos en sus paisajes unas presencias invisibles e inquietantes que nos hacen pensar que si por desventura desapareciesen, todo se vendría abajo en esas visiones o sentimientos del mundo, ya no habría orden ni concierto en la obra, en la pintura, en el grabado, en la estampa, y desaparecería con ellas lo que parece atmósfera y es en realidad --y entonces lo comprenderíamos-- metamorfoseada teofanía que define, organiza y hace alentar al cuadro de manera semejante a como el alma, que también es invisibilidad y metamorfosis, define, organiza y hace vivir al cuerpo.

Pero este es el grado más directo, digámoslo así, de la presencia de lo misterioso en este arte, puesto que en otro grado --no sabría decir si más o menos alto-- lo que llena al cuadro, o a la combinación de cuadros complementarios aunque autosuficientes, es la expectativa de esas presencias, y entonces las líneas y los colores parecen estar ensayando un ritual con que percibirlas, o bien la huella de esas presencias, y entonces la melancolía difusa en la obra da testimonio de una ausencia que, puesto que todo cuadro de Angel Pascual vive, la sume en un éxtasis como el que sufre el cuerpo abandonado momentáneamente, pero jamás olvidado, por un alma que camina por los espacios altos de los que llueve y deriva la hermosura de la realidad, más real entonces que ninguna, que invitó o engendró a esa presencia, ausente accidental en una suspensión del fluir del tiempo, siempre idea no vista, pero sí altamente imaginada, de lo ya visto y contemplado.

Estas son, según mi sentir y entender, las cualidades del país inventado cuyos son estos paisajes en los que, si no contradice a lo ya dicho la presencia de un ser tal vez humano, tampoco extraña la indiscutible de un dios. Pues nos encontramos en el lugar de intersección entre el mundo real y el mundo ideal de su meditativa contemplación, un mundo aquél del que Angel Pascual ha conocido tantos lugares que han hecho de éste un compendio de bellezas y emociones a veces aparentemente contradictorios. Intersección, pues, de dos esferas complementarias que crean un misterioso espacio común: la vesica piscis o, si se prefiere, la mandorla virtual de nuestro tiempo.

Es que Angel Pascual representa de manera única entre nosotros a una tradición simbólica que ama la realidad y, porque la ama tan intensa como espiritualmente, es capaz de trascenderla para su mejor y más duradero entendimiento. Pues el suyo es un arte de contemplación pero también de recuerdo, y no olvidemos en este sentido que, según Eugenio Montale, «la memoria fue un género literario cuando aún no había nacido la escritura» --pero sí probablemente la pintura, me permito añadir por mi cuenta--, es decir, cuando floreció la tradición creadora de símbolos a que acabo de referirme.

Arte de contemplación y de recuerdo, pero también de imaginación y de inspiración como el romántico, con el que tiene no pocos puntos de contacto, se diferencia de él éste de Angel Pascual en que en él no hay nunca improvisación y por la ausencia en sus composiciones del horror vacui propio de la hiperestesia romántica. Es como si nos encontrásemos, como en Böcklin o en Moreau, en plena tarea de salvamento del romanticismo. Pero lo que aquí se está salvando es también anterior y posterior a él. Y esperemos que igualmente nos sobreviva a nosotros.



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