Angel
P. R.
Mis
últimas
obras
inciden en la dualidad.
Quizá sea por mi naturaleza geminiana, tan propicia para
hermandades
y diálogos. Hay un vadear continuo entre el antagonismo y la
afinidad,
la noche y el día, lo viejo y lo nuevo,
el ensueño de la vida y la vigilia de la muerte...
La creación plástica tiene su propio lenguaje.
Algo anda mal en ella si necesita literatura o ciencia para hacerse
entender. Sin embargo, cuando es capaz de generar sensaciones y
pensamientos en
escritores, científicos o cualquier espectador podemos pensar
que anda bien.
Si una obra provoca en ellos palabras inteligibles que chispeen
—ausentes en los escritos de muchos especialistas en arte novedoso—
¿por qué no pedirles que escriban? Con frecuencia se han
dado ese tipo de colaboraciones y quizá el arte actual no
sería tan endogámico y endocaníbal si hubiera
seguido prestando atención a otras disciplinas, sin caer en ese
eufemismo del mestizaje que suele ser una mera hibridación
estéril.
Respeto
y admiro
a los
buenos
teóricos de las artes plásticas, muchos han demostrado
conocimiento,
valor y tenacidad a lo largo de años. No los enumeraré,
ellos
lo saben y lo mío no es la coba. Pero creo que este proyecto es
propicio para un encuentro de lo visual con
otros campos ajenos y
distantes.
Quiero dejar claro que considero primordial el que la
pintura ha de ser pintura ante todo. Es importante que en el acto de
pintar la reflexión quede a un lado dando el mando a la
intuición. La idea se ha de desvanecer para convertirse en
ilusión matérica por gracia de la luz. Esto nos lo
recordó a su modo Corredor-Mateos en una conferencia
reciente.
He pedido en esta ocasión la palabra a una mujer y a
un hombre. También esto incide en la dualidad y ha surgido por
un encuentro más que por una búsqueda. Representan a mis
dos tierras irrenunciables: mi ancho Aragón y mi insular
Mallorca. Eran ya amigos entre sí antes de que el arte nos
juntara. Representan a la literatura y a la ciencia, dos extremos entre
los que se han movido siempre las artes visuales de modo más o
menos autónomo. Ella es María Dolores Albiac, profesora
de Literatura en la Universidad de Zaragoza. Él es Francesc
Bujosa, profesor de Historia de la Ciencia en la Universitat de les
Illes Balears.
Y para completar mi introducción citaré unas
palabras que me provocaron una toma de conciencia sobre el cariz tomado
por mi obra, dando pie firme a las líneas básica de este
proyecto. Me llegaron hace ya dos años en un correo
aparentemente normal. Son palabras entre espectador y artífice
—esa otra dualidad sin la cual el arte es inerte—. Puede verse en ellas
algunas de las ideas y tensiones implícitas en esta
exposición: El porqué de los encuentros entre obras
aparentemente dispares o entre obras mostradas ahora por primera vez y
obras ya vistas en otro contexto espacio-temporal...
Las palabras de
Elisa Moliner:
«...Fui
a ver tu
exposición en Barcelona, a la sala Vinçon, un fin de
semana.
Por
descontado, me
gustó mucho. Me sorprendió la mezcla de cuadros que he
visto en distintas exposiciones —y por tanto, distintos "humores" o
"estados" que nos transmites— junto a cuadros que para mí eran
nuevos. Pero también me gustó
ver cómo trabajaste para integrarlos a todos, como si fueran
hermanos
de distintas madres.
Los
cuadros nuevos me
dejaron
pensativa y un poco parada, porque me dieron la impresión de
austeridad
y aspereza. No sé, quizás soy yo que veo el momento
actual así
y me parece ver en los demás el mismo enfoque; eso me reafirma
en
cierta medida mis pensamientos, pero al mismo tiempo me choca la
coincidencia.
Me
gustó
especialmente
el del agua verde. Y esa Venus tiene una atmósfera tan
fascinante... El cartel —o la postal— de la Venus con el
parchís es para mí muy entrañable, porque ese
parchís es de hace tanto tiempo, y sigue siendo especial.
Pero
sobre todos, el que
creo
que se llama El trazo del Laberinto, es el que a mí
personalmente
más me re-impresionó, porque hacía
muchísimos
años que lo vi aquí en Zaragoza en el Palacio de
Sástago,
y entonces me gustó, pero lo vi más como un capricho o
como
un juego. Pero esta vez nada de eso. Esta vez me encandiló, y me
asombró. ¿Cómo puede ser que me asombre algo que
ya había visto antes? Fíjate qué cambio de
impresión de una misma persona —yo— frente a la misma obra. La
respuesta es contundente: Es
el claro efecto del paso
del tiempo.
Ya ves.
Tus obras nos
ayudan
a conocernos un poco más...» •
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