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MELANCOLIA
DE LAS ISLAS
Jaume Vidal
Oliveras
«ArchipiXélagos»,
rara expresión ésta con la que Angel Pascual ha
titulado la exposición. Vocablo formado por dos palabras:
archipiélago
y píxel. Según el pintor, ambos términos definen
una entidad autónoma,
pero que al tiempo constituye parte de un conjunto. Yo no sé si
con
este neologismo, Angel Pascual hace un salto mortal para casar dos
conceptos ajenos. Pero de lo que estoy seguro es que en ello hay una
intuición y esto es lo que me propongo explorar con este texto.
«ArchipiXélagos»
es acaso la exposición en la que el artista lleva más
lejos una manera
de trabajar y entender la pintura que le ha obsesionado desde sus
inicios. A lo largo de su trayectoria, Pascual ha buscado la vida
oculta de las imágenes, aquello que se esconde tras la capa
superficial
y visible de la representación. En él existe una voluntad
de
penetrarlas y de saber cómo están hechas por dentro. En
este sentido,
algunos de sus trabajos se han consagrado al estudio de grandes obras
de la historia del arte. Así, sus reinterpretaciones de Bellini
o
Giorgione persiguen ese algo más que habita tras la carnalidad y
la
epidermis de la figura.
Por
otra parte, en la obra de Angel Pascual hay una idea de orden. Esto es,
sus paisajes están sujetos a una geometría estricta que
–sin ser
percibida a primera vista– organiza las formas. Mucho se ha escrito
sobre este punto: Julián Gállego, Francisco Calvo
Serraller, Fernando
Huici, María Dolores Albiac, Ignacio Gómez de
Liaño le han dedicado
páginas emocionadas. De su pintura se ha dicho que poseía
una singular
serenidad, un «no sé qué» del arte del
Renacimiento… Esta serenidad,
esta armonía responde –entre otras razones– a esa estructura
geométrica
que sujeta las apariencias.
Desde
muy temprano Angel Pascual ha utilizado una estrategia muy
significativa: la segmentación o división del lienzo en
varias piezas
que, reunidas, articulan un conjunto, como si se tratase de un retablo.
Tal vez, el recurso al políptico sea una manera –elemental, pero
eficaz– de organizar la mirada. En otras palabras: se trata de imponer
un sentido y una dirección a la visión.
Otro
aspecto relevante: en el itinerario del artista se puede observar una
reflexión y una experimentación con el formato que rompe
con la
presentación de imágenes tradicional. En toda la historia
de la pintura
se han utilizado cuatro –no más– tipos de formato: el cuadrado,
el
rectángulo, el óvalo y el círculo. Pascual, sin
embargo, ensambla y
combina partes de diferentes medidas y formas, truncando la idea de
marco. Estas composiciones no son un simple juego; muy al contrario,
con ellas sitúa los ejes, las líneas de fuerza, los
centros
gravitatorios del cuadro. En definitiva, estructura la imagen.
Obsérvese
que toda esta problemática del políptico (la
segmentación o división de
la imagen), la combinación de partes que componen un todo, la
reflexión
sobre el formato nos lleva, por asociación, al píxel.
Pues el píxel es
división en la unidad y es estructura.
Pascual
explica de este modo la obra que da nombre a la exposición,
«ArchipiXélagos»: «Consiste en una pintura
sobre cartón y cuatro
estampas. Tanto la pintura como las cuatro estampas están
formadas por
16 piezas de 20 x 20 cm cada una, reunidas en cuadrados de 80 x 80 cm.
La primera que realicé fue la pintura en la que se observa un
archipiélago al atardecer con un sol al fondo. Posteriormente la
escaneé para realizar las cuatro estampas, cuatro pasos en los
que se
va disolviendo la imagen hasta quedar colores monocromos –grandes
pixels– en el último conjunto».
El
proceso del escaneo revela o hace entrever una estructura en el
interior de la imagen: los pixels, una suerte de orden o
geometría
contenido en ella y cuya interrelación acaba por articularla.
Estas
imágenes pixeladas significan un peldaño más y
–tal vez– la
culminación en la reflexión del artista sobre la
arquitectura interna
de la representación. El píxel confirma la idea de orden,
de fracción…
Pero
hay algo más. Cuando Angel Pascual me contaba entusiasmado los
resultados con el escáner, cómo éste revelaba la
estructura íntima e
invisible de la figura, le sugerí que acaso asistíamos a
una especie de
muerte de la imagen. Ésta parecía deshacerse y
desaparecer de una
manera agónica. En aquel momento sus ojos brillaron y me
sonrió: «Es lo
mismo –replicó–; fíjate que cuando un animal muere en el
campo lo que
queda al final sobre la llanura son sus huesos, su estructura».
Algo
dramático habita la obra del artista.
Aprendiendo
del pop
¿Pero
es que pasando una pintura por un escáner o una fotocopiadora se
revela
algo de la naturaleza interna de la imagen? ¿No será el
píxel algo más
próximo al procedimiento de reproducción, es decir, algo
exterior o
incluso ajeno a ella? Algunos artistas pop, atraídos por la
fascinación
que ejercen determinados iconos, han utilizado multitud de estrategias
(seriación, ampliación, manipulación
cromática, etc.) para escrutarlas,
para intentar saber el porqué de su magnetismo.
¿Por
qué, si no, reproducir ad
infinitum, y con muy ligeras
variaciones,
como hace Andy Warhol, el rostro –o incluso los labios– de Marilyn
Monroe? Habría mucho que decir en torno a esto, pero yo quiero
contemplar aquí las series de Marilyn como un rosario o una
oración que
se repite de forma obsesiva en su deseo de alcanzar lo sagrado, ese
algo sagrado que es el corazón de la imagen.
La
actitud de Angel Pascual es la misma. Y si no se quiere comparar con el
«frívolo» Warhol citaremos el ejemplo de otro
artista mucho más culto,
Richard Hamilton, que trabajaba manipulando el color o ampliando
fotografías extraídas de los medios a la búsqueda,
creo yo, de un
mensaje oculto. Es éste un aspecto que suele pasar desapercibido
en el
Pop art, y que nos permite reinterpretar esta tendencia de una manera
muy diferente a lo que se ha hecho hasta ahora: su voluntad de
descubrir lo que hay detrás de la condición plana y
superficial de la
imágenes, de saber lo que existe en su reverso. El universo de
Pascual
no se agota evidentemente en el pop, pero por formación y por
generación le correspondió interiorizar unos modelos que
después él ha
sabido enriquecer y llevar a sus propios intereses. Las variaciones
cromáticas, el gusto por las estampas, la utilización de
formatos no
convencionales, la segmentación de las imágenes arrancan,
aunque sea
indirectamente, del pop.
Constelaciones
Angel
Pascual ha explicado que concibe sus exposiciones como una unidad o
como un discurso… Sé muy bien lo que quiere decir: aunque
efímera, una
exposición es en sí misma una obra de arte. Ahora bien,
¿qué es lo que
nos propone o lo que nos cuenta la presente exposición?
Para
mí, esta muestra es la expresión de un microcosmos que
refleja en
miniatura la cúpula celeste. Tengo la convicción de que
Angel Pascual
ha diseñado un laberinto, y quien sepa descifrar sus entresijos
sabrá
navegar, no ya por las estrellas, sino por la vida. Pero otras lecturas
son posibles. La exposición es también un autorretrato
del artista y,
por extensión, del hombre contemporáneo. Pues esta
geografía está
habitada por una serie de personajes, como son el barquero, la torre,
el faro, la figura sentada, que, presentados en la primera sala,
aparecen de manera recurrente en la pintura de Pascual. Todos ellos
construyen una suerte de fábula en la que, como en las novelas
de
aventuras, se nos invita al viaje. Son los signos, ya sea del camino
solitario, del punto de referencia, del vigía, de la
reflexión… que
guían al viajero por el drama que acontece o que va acontecer.
Esta
fábula, sin embargo, posee un solo tema, porque Angel Pascual es
un
artista que pinta mil veces la misma imagen, pero con infinitas
variantes. Pues aunque el trayecto de la exposición va
presentando de
forma dosificada tres motivos principales: islas-archipiélagos,
cumbres-cordilleras y árboles-bosques… obsérvese que se
trata del mismo
asunto: la unidad y el todo, la parte y la totalidad.
El
transeúnte se sumerge más y más en este laberinto
de fracciones y
conjuntos hasta que en la última sala –a modo de
conclusión o
desenlace– se despliega una multitud de pequeñas piezas
desperdigadas,
aquí y allá, por el espacio. «Mise en abîme»
o espejo que hubiera estallado en mil pedazos: Angel Pascual lo ha
definido «como una constelación». Y, ciertamente,
esta pieza me hace
pensar en el Monje contemplando el mar de Caspar David Friedrich, una
especie de manifiesto del romanticismo. En este cuadro, un
minúsculo
personaje observa el cielo y el mar que parece querer absorberlo. El
monje, ante la infinitud del universo, experimenta terror, un
sentimiento de pérdida y de naufragio. Pero al mismo tiempo una
fascinación, una dulce y enfermiza voluptuosidad ante aquel
espectáculo. La «constelación» de Angel
Pascual se expresa igualmente
entre la melancolía y la nostalgia, entre la conciencia de una
plenitud
perdida y el saberse sin verdades absolutas que nos guíen por la
vida,
que no es sino la aventura de una construcción individual hecha
de
fragmentos.
J.
V. O. Septiembre de 2007
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