ANGEL  PASCUAL  RODRIGO




  
archipiXélagos
 
PALACIO DE MONTEMUZO

8 octubre - 2 diciembre 2007

C/ Santiago, 34

50003 ZARAGOZA

  




MELANCOLIA DE LAS ISLAS

Jaume Vidal Oliveras

«ArchipiXélagos», rara expresión ésta con la que Angel Pascual ha titulado la exposición. Vocablo formado por dos palabras: archipiélago y píxel. Según el pintor, ambos términos definen una entidad autónoma, pero que al tiempo constituye parte de un conjunto. Yo no sé si con este neologismo, Angel Pascual hace un salto mortal para casar dos conceptos ajenos. Pero de lo que estoy seguro es que en ello hay una intuición y esto es lo que me propongo explorar con este texto.

«ArchipiXélagos» es acaso la exposición en la que el artista lleva más lejos una manera de trabajar y entender la pintura que le ha obsesionado desde sus inicios. A lo largo de su trayectoria, Pascual ha buscado la vida oculta de las imágenes, aquello que se esconde tras la capa superficial y visible de la representación. En él existe una voluntad de penetrarlas y de saber cómo están hechas por dentro. En este sentido, algunos de sus trabajos se han consagrado al estudio de grandes obras de la historia del arte. Así, sus reinterpretaciones de Bellini o Giorgione persiguen ese algo más que habita tras la carnalidad y la epidermis de la figura.

Por otra parte, en la obra de Angel Pascual hay una idea de orden. Esto es, sus paisajes están sujetos a una geometría estricta que –sin ser percibida a primera vista– organiza las formas. Mucho se ha escrito sobre este punto: Julián Gállego, Francisco Calvo Serraller, Fernando Huici, María Dolores Albiac, Ignacio Gómez de Liaño le han dedicado páginas emocionadas. De su pintura se ha dicho que poseía una singular serenidad, un «no sé qué» del arte del Renacimiento… Esta serenidad, esta armonía responde –entre otras razones– a esa estructura geométrica que sujeta las apariencias.

Desde muy temprano Angel Pascual ha utilizado una estrategia muy significativa: la segmentación o división del lienzo en varias piezas que, reunidas, articulan un conjunto, como si se tratase de un retablo. Tal vez, el recurso al políptico sea una manera –elemental, pero eficaz– de organizar la mirada. En otras palabras: se trata de imponer un sentido y una dirección a la visión.

Otro aspecto relevante: en el itinerario del artista se puede observar una reflexión y una experimentación con el formato que rompe con la presentación de imágenes tradicional. En toda la historia de la pintura se han utilizado cuatro –no más– tipos de formato: el cuadrado, el rectángulo, el óvalo y el círculo. Pascual, sin embargo, ensambla y combina partes de diferentes medidas y formas, truncando la idea de marco. Estas composiciones no son un simple juego; muy al contrario, con ellas sitúa los ejes, las líneas de fuerza, los centros gravitatorios del cuadro. En definitiva, estructura la imagen.

Obsérvese que toda esta problemática del políptico (la segmentación o división de la imagen), la combinación de partes que componen un todo, la reflexión sobre el formato nos lleva, por asociación, al píxel. Pues el píxel es división en la unidad y es estructura.

Pascual explica de este modo la obra que da nombre a la exposición, «ArchipiXélagos»: «Consiste en una pintura sobre cartón y cuatro estampas. Tanto la pintura como las cuatro estampas están formadas por 16 piezas de 20 x 20 cm cada una, reunidas en cuadrados de 80 x 80 cm. La primera que realicé fue la pintura en la que se observa un archipiélago al atardecer con un sol al fondo. Posteriormente la escaneé para realizar las cuatro estampas, cuatro pasos en los que se va disolviendo la imagen hasta quedar colores monocromos –grandes pixels– en el último conjunto».

El proceso del escaneo revela o hace entrever una estructura en el interior de la imagen: los pixels, una suerte de orden o geometría contenido en ella y cuya interrelación acaba por articularla. Estas imágenes pixeladas significan un peldaño más y ­–tal vez– la culminación en la reflexión del artista sobre la arquitectura interna de la representación. El píxel confirma la idea de orden, de fracción…

Pero hay algo más. Cuando Angel Pascual me contaba entusiasmado los resultados con el escáner, cómo éste revelaba la estructura íntima e invisible de la figura, le sugerí que acaso asistíamos a una especie de muerte de la imagen. Ésta parecía deshacerse y desaparecer de una manera agónica. En aquel momento sus ojos brillaron y me sonrió: «Es lo mismo –replicó–; fíjate que cuando un animal muere en el campo lo que queda al final sobre la llanura son sus huesos, su estructura». Algo dramático habita la obra del artista.

Aprendiendo del pop

¿Pero es que pasando una pintura por un escáner o una fotocopiadora se revela algo de la naturaleza interna de la imagen? ¿No será el píxel algo más próximo al procedimiento de reproducción, es decir, algo exterior o incluso ajeno a ella? Algunos artistas pop, atraídos por la fascinación que ejercen determinados iconos, han utilizado multitud de estrategias (seriación, ampliación, manipulación cromática, etc.) para escrutarlas, para intentar saber el porqué de su magnetismo.

¿Por qué, si no, reproducir ad infinitum, y con muy ligeras variaciones, como hace Andy Warhol, el rostro –o incluso los labios– de Marilyn Monroe? Habría mucho que decir en torno a esto, pero yo quiero contemplar aquí las series de Marilyn como un rosario o una oración que se repite de forma obsesiva en su deseo de alcanzar lo sagrado, ese algo sagrado que es el corazón de la imagen.

La actitud de Angel Pascual es la misma. Y si no se quiere comparar con el «frívolo» Warhol citaremos el ejemplo de otro artista mucho más culto, Richard Hamilton, que trabajaba manipulando el color o ampliando fotografías extraídas de los medios a la búsqueda, creo yo, de un mensaje oculto. Es éste un aspecto que suele pasar desapercibido en el Pop art, y que nos permite reinterpretar esta tendencia de una manera muy diferente a lo que se ha hecho hasta ahora: su voluntad de descubrir lo que hay detrás de la condición plana y superficial de la imágenes, de saber lo que existe en su reverso. El universo de Pascual no se agota evidentemente en el pop, pero por formación y por generación le correspondió interiorizar unos modelos que después él ha sabido enriquecer y llevar a sus propios intereses. Las variaciones cromáticas, el gusto por las estampas, la utilización de formatos no convencionales, la segmentación de las imágenes arrancan, aunque sea indirectamente, del pop.

Constelaciones

Angel Pascual ha explicado que concibe sus exposiciones como una unidad o como un discurso… Sé muy bien lo que quiere decir: aunque efímera, una exposición es en sí misma una obra de arte. Ahora bien, ¿qué es lo que nos propone o lo que nos cuenta la presente exposición?

Para mí, esta muestra es la expresión de un microcosmos que refleja en miniatura la cúpula celeste. Tengo la convicción de que Angel Pascual ha diseñado un laberinto, y quien sepa descifrar sus entresijos sabrá navegar, no ya por las estrellas, sino por la vida. Pero otras lecturas son posibles. La exposición es también un autorretrato del artista y, por extensión, del hombre contemporáneo. Pues esta geografía está habitada por una serie de personajes, como son el barquero, la torre, el faro, la figura sentada, que, presentados en la primera sala, aparecen de manera recurrente en la pintura de Pascual. Todos ellos construyen una suerte de fábula en la que, como en las novelas de aventuras, se nos invita al viaje. Son los signos, ya sea del camino solitario, del punto de referencia, del vigía, de la reflexión… que guían al viajero por el drama que acontece o que va acontecer.

Esta fábula, sin embargo, posee un solo tema, porque Angel Pascual es un artista que pinta mil veces la misma imagen, pero con infinitas variantes. Pues aunque el trayecto de la exposición va presentando de forma dosificada tres motivos principales: islas-archipiélagos, cumbres-cordilleras y árboles-bosques… obsérvese que se trata del mismo asunto: la unidad y el todo, la parte y la totalidad.

El transeúnte se sumerge más y más en este laberinto de fracciones y conjuntos hasta que en la última sala –a modo de conclusión o desenlace– se despliega una multitud de pequeñas piezas desperdigadas, aquí y allá, por el espacio. «Mise en abîme» o espejo que hubiera estallado en mil pedazos: Angel Pascual lo ha definido «como una constelación». Y, ciertamente, esta pieza me hace pensar en el Monje contemplando el mar de Caspar David Friedrich, una especie de manifiesto del romanticismo. En este cuadro, un minúsculo personaje observa el cielo y el mar que parece querer absorberlo. El monje, ante la infinitud del universo, experimenta terror, un sentimiento de pérdida y de naufragio. Pero al mismo tiempo una fascinación, una dulce y enfermiza voluptuosidad ante aquel espectáculo. La «constelación» de Angel Pascual se expresa igualmente entre la melancolía y la nostalgia, entre la conciencia de una plenitud perdida y el saberse sin verdades absolutas que nos guíen por la vida, que no es sino la aventura de una construcción individual hecha de fragmentos.

J. V. O. Septiembre de 2007


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