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LA TEMPESTA
Giorgione
Hacia 1510. Óleo
/ tela. 82 cm × 73 cm
Galería de la Academia de Venecia, Venecia
GIORGIONERÍA - ABC
Angel Pascual Rodrigo
1996. Óleo / tela en 5
piezas. 98 x 98 cm
Colección
particular, Madrid
EL PUENTE ROTO
Salvatore Rosa
Hacia 1660. Óleo / tela. 106 x 121 cm
Palacio Pitti, Florencia
EL CIEGO Y EL PUENTE ROTO
Angel Pascual
Rodrigo
1996. Óleo / tela. 98 x 131 cm
Colección Ajuntament de Palma de Mallorca
RIACHUELO DEL BOSQUE
Carlos de Haes
Hacia
1860. Aguafuerte / papel. 10 x 6,5 cm
Calcografía Nacional
TALISMÁN - A
Angel Pascual Rodrigo
1996.
Óleo / tela. 81 x 50 cm
Colección particular,
Mallorca
TALISMÁN - B
Angel Pascual Rodrigo
1996.
Óleo / tela. 81 x 50 cm,
Mallorca
TALISMÁN - C
Angel Pascual Rodrigo
1996.
Óleo / tela. 81 x 50 cm
Colección particular,
Mallorca
TALISMÁN - D
Angel Pascual Rodrigo
1996.
Óleo / tela. 130 x
81 cm
Colección particular, Mallorca
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ENTRE
SUEÑOS PASAJEROS
Sin que apenas viniera a
cuento, una amiga me dijo una vez que los artistas vivimos en la
neurosis del éxito. Desde entonces pienso en ello de tanto en
tanto.
Realmente nos toca ejercer un papel que, aun teniendo mucho de
envidiable, tiende a sumergirnos en la incoherencia, empujando
nuestra razón hacia el ensueño, hacia la
producción de monstruos, como Goya diría. He conocido a
más de dos que por esa neurosis han acabado en un
psiquiátrico o en la somatización de alguna
depresión mortífera.
Habríamos de darle la vuelta, recordando que
«éxito» en su raíz griega significa
«salida» y no «llegada».
Desde que se ha impuesto entre nosotros el modelo americano —llamado
así por ser los americanos los primeros en sufrirlo— se
sitúa a los artistas más que nunca en pequeños
cajones de carrera —stands de feria por ejemplo— listos para lanzarse
hacia una meta efímera que nunca termina de saciar a nadie y se
apuesta por la bestia que no tolere a nadie por delante.
Venimos olvidando que la relación culto /
cultivo /
cultura tiene en su origen
un carácter claro de acción continua, de esfuerzo
paciente en la mejora cotidiana y no en la acumulación de
supremacías y trofeos. Cierto grado de combate es
legítimo y necesario, pero no para ser más que el otro
sino para defender ideas angulares y fundamentales. El arbitraje no
puede estar en manos de una élite sine nobilitate
ni en una masa teledirigida. La validez de una acción radica en
su propia sustancia de salida,
no en el capricho de a quien le llega.
Todos estos pensamientos han estado presentes en la gestación
del tramo de mi trabajo en que se inscribe esta nueva
exposición. Sobre ella voy a comentar algún detalle.
He querido que tenga un carácter concentradamente
específico e íntimamente vívido. Parto de una
concepción espacial más reducida que en mis dos
anteriores intervenciones en Madrid y centro la reflexión con
uno de mis ejercicios eventuales, el compartir imágenes y
procesos con artistas de diversas épocas. Ejercicio por lo
demás frecuente en el arte contemporáneo y en el de
siempre. La motivación para ello en mi caso es una mezcla de
saturaciones reflexivas e intuiciones espontáneas. El resultado
que busco no siempre es explícito. A veces una anécdota
tiene un papel central y otras veces es una simple excusa para un
ejercicio puramente pictórico.
Si en ocasiones anteriores establecí diálogos con
pinturas de Claude Lorraine, Chirico, Bócklin o Maxfield
Parrish, la evolución de las cosas me ha llevado a hacerlo esta
vez con Giorgione, Salvatore Rosa y un contemporáneo de Carlos
de Haes. A partir de tres obras diferentes —una por cada uno— replico y
modifico sus elementos con mi dicción habitual,
entremezclándolos entre sí ya convertidos en letimotivs
de mi
obra: El rayo, el puente, la montaña, el bosque, el
agua, el aire...
Mi relación con cada uno de los tres artistas es muy diferente.
No implica
complacencias, incluso en un caso —como me ha pasado en otras
ocasiones— tengo cierto rechazo hacia algunos de sus aspectos. Lo cual
no merma los puntos de encuentro y las complicidades con cada
uno de ellos.
Giorgione
Pocos son los artistas que conociéndole bien no se han
sentido atraídos por alguno de los aspectos de su obra, ya sea
por el juego de su geometría equilibrista o por el aroma
embelesante de su neoplatonismo. Matisse, Manet, Tiziano y muchos otros
replicaron alguna de sus pinturas.
Contaré una de mis
vivencias respecto a su obra: Al estar acabando un conjunto de mi serie
de doce pinturas sobre su «Tempesta»
(2 primeras reproducciones) me resultó
desequilibradamente vacía una zona en que había obviado
unas plantas para dar más presencia al misterioso río de
esa pintura, pensé entonces en pintar allí una mata seca
que permitiera ver a través y que contuviera camuflada la forma
del rayo. Tras pintarla eché un nuevo vistazo a la pintura de
Giorgione y mis ojos se fueron a una pequeña mata en que nunca
habían reparado: ¡En ella estaba camuflada la forma de su
rayo!
Salvatore
Rosa
De él me sorprendió la posible alegoría
oculta en su «Puente roto». Me he permitido
intervenir evidenciando
más —o, mejor dicho, actualizando— su posible
alegoría,
interesándome a la vez en lograr una nueva piel para aquella
vieja pintura y sus significados.
Carlos
de Haes
Sé que a muchos les parecerá un exceso bajo todo punto de
vista, pero siempre he preferido su obra a la de C.
D. Friedrich. Generalmente me parece más sutil, menos
explícita y mejor pintada. Guarda la mejor herencia del realismo
áureo, mostrando su ideario con «naturalidad». La
humildad de sus formatos le libra de competir con voceros del
«reino
de la cantidad». J. A. Castañón me regaló en
1975 un grabado de Haes que siempre he guardado como un
talismán. Desde su pequeñez crece y crece hasta fascinar,
invitando a entrar en un mundo mágico-real.
Acabando
En este abanico entre el
concepto y el objeto que es el arte
—acertado título el de aquel libro de Simón
Marchan—
me gusta moverme sin barreras, sin carriles para correr ni
líneas de meta en que precipitarme, convencido de que uno ha de
poder
pararse ante sus propios errores en cualquier momento y extraer buena
lectura de su significado. Las fronteras nunca me parecen absolutas;
cuántas veces valoramos una obra conceptual o una
figuración por sus materiales o su
abstracción implícita y, a la inversa, cuánto nos
puede fascinar un objeto o una abstracción por la idea o
figuración que
percibimos en ella.
Por favor, no confundan el arte con las
quinielas. Quien quiera apostar que se vaya a otra parte. Que
sólo quede quien quiera recuperar
miradas perdidas, compartiendo alguna de estas pinturas atemporales
entre tantos sueños pasajeros.
Ángel Pascual Rodrigo
Revisión del texto para el catálogo de la
exposición en Galería AF, Madrid 1997
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