EN PASSANT Colección particular SEPTIEMBRE
-
NOVIEMBRE - 2003
Palma - MALLORCA
- Spain
Guillem
Frontera
En
muchos paisajes de Angel Pascual aparece una figura humana que
contempla el paisaje. Es una figura con la que el artista se
encontró
en una u otra pintura --Claudio Lorena, por ejemplo-- y a la que
invitó
a participar en la contemplación ritual de la eternidad cuando
roza,
como la sombra de un ángel, fragmentos del paraíso
terrenal. Más allá
de este paisaje, la memoria del hombre se ha derrumbado, exhausta, en
un escenario devastado. La figura que se nos adelantó impone su silencio —¿quién se atrevería a interrumpir su contemplación?— y nos advierte de que ante nuestros ojos no hay nada trivial: alguien —con toda probabilidad, el artista— estuvo antes aquí y restauró concienzudamente la naturaleza trascendente de las cosas, los signos del aire, el primer silencio de la tierra. La figura nos avisa: estamos ante unos paisajes morales, en los que la perfección es un medio o un simple punto de partida. El arte, nos recuerda, es una vía de conocimiento y de acceso a las cosas. Un inventario precipitado de sugerencias de los cuadros que integran la exposición Pas du tout nos llevaría a preguntarnos si la tradición es excipiente o principio activo, y hasta qué punto esta cuestión fue decisiva en la muy sutil incorporación de Angel Pascual a una tradición pictórica, la mallorquina, definida abundantemente por el paisajismo y necesitada de periódicos injertos. La reiterada alusión al Pi de Formentor —para alimentar con su carga simbólica un nuevo código-- o la recreación de motivos que bordean el tópico, incluso el kitsch —un riesgo muy grato al artista, que juega con él para desolemnizar intermitentemente una obra siempre densa— dejan traslucir la fidelidad de una mirada intemporal compatible con una sensibilidad fatalmente conectada al tiempo. Por esta razón son tan nuevos los paisajes de siempre, por eso los transitan misterios nómadas y se han reubicado en ellos presencias y ausencias. Las mismas bahías de siempre se abren ahora a mares ignotos y por los bosques merodean rumores de brisas antes quietas. A estas obras han llegado, después de un fértil recorrido, atmósferas del romanticismo alemán, referencias explícitas a Rothko y a Hiroshige; e incitaciones a compartir la experiencia estética de cada cual con la obra que tenéis delante: de hecho, a acompañar, con un silencio activo, el silencio creador del artista. Esta exposición de Angel Pascual convierte en obsoleta cualquier reticencia acerca de la vigencia de los lenguajes de la tradición. Por otra parte, pone en evidencia la ruindad artística de su aplicación mecánica: y más todavía cuando las inaptitudes pretenden viajar con el pasaporte de la modernidad. La modernidad surge de la mirada inteligente sobre los lenguajes explícitos o secretos de la tradición, no de su adulteración rutinaria. La
trayectoria de Angel Pascual
es, en
este sentido,
irrefutablemente ejemplar. Con una discreción insólita,
ha
dedicado su vida al estudio y al trabajo, a la reflexión. Desde
hace ya muchos años, el principal referente geográfico e
histórico de esta vida es Campanet (Mallorca), donde
aprendió
a mirar muy cerca y muy lejos simultáneamente. La lección
aprendida es fundamental, muy simple y a la vez muy compleja. Se la
podría
resumir provisionalmente diciendo que un tallo de hierba es la imagen
del
mundo. Esta verdad esencial, tan simple, es al mismo tiempo tan
compleja
y misteriosa que sólo el artista puede revelarla.
|